Es fácil caer en la tentación de pensar en la accesibilidad como una abstracción, un conjunto de normas y reglamentos técnicos que alguien, en alguna parte, decidió que debían cumplirse. Pero eso nunca ha sido lo importante. Lo son, en cambio, las personas a quienes afectan los avances y retrocesos en materia de accesibilidad. Cuando las cosas no se hacen todo lo bien que podrían hacerse, son esas personas las que sufren las consecuencias; ellas y ellos se ven obligados a cambiar de hábitos, a buscar alternativas, a menudo más costosas, o simplemente se encuentran con una barrera insalvable («los ciegos nunca podréis usar pantallas táctiles», nos decían; hasta que se pudo).
En este artículo nos detendremos en cinco casos que ejemplifican a la perfección lo que nos encontramos los usuarios con discapacidad visual en un mal día. Pequeños apocalipsis tecnológicos de bolsillo que nos dan algún que otro dolor de cabeza.
¡Mira quién habla!
El auge de los asistentes de voz como Siri o Alexa ha democratizado, hasta cierto punto, lo que antes eran tecnologías costosas y de nicho. La síntesis de voz, por razones evidentes, parece la solución idónea a casi cualquier problema de interacción con una pantalla para alguien que no puede verla.
Sin embargo, media interfaz accesible en realidad no es accesible para nada, del mismo modo que media silla no es una silla en absoluto ni permite que nos sentemos en ella. Y es que el reclamo de los aparatos parlantes ha dado falsas esperanzas a más de uno.
Muchos electrodomésticos de los llamados smart son sospechosos habituales de este «sí pero no». Bien porque un familiar nos los regale con la mejor de las intenciones, bien porque la publicidad del producto es ambigua, el caso es que cuando el robot de cocina o la lavadora de última generación quedan instalados en nuestros hogares nos damos cuenta de que hablar, sí hablan, pero más como un aporte meramente cosmético a la experiencia de usuario que otra cosa.
«Elija la temperatura», te dice la freidora de aire 3.0, pero no hay un mecanismo para introducir la información requerida que no sea una pantalla táctil con un menú interminable e imposible de memorizar. No hay interacción real con la voz más allá de anuncios puntuales como: «¡fin del programa de lavado!» o «iniciando cocción».
Algo parecido ocurrió con productos como los móviles especialmente diseñados para «la gente mayor» que tuvieron su pico de popularidad hace unos años. Algunos de estos dispositivos prometían una interacción fluida mediante la voz, dando a entender que no sólo incorporaban respuesta por síntesis vocal, sino que el propio usuario podía darle órdenes del mismo modo. No era así, y los usuarios, esa «gente mayor» que a menudo había perdido total o parcialmente la vista, recibían un aparato que no permitía ni el más elemental comando de voz («llama a mi hija»), y que tampoco les permitía usar la mayoría de aplicaciones populares.
¿La única solución? Devolver el producto y esperar que el siguiente fabricante sea más honesto en la página del producto.
Estos casos son grandes oportunidades perdidas, porque, con leves modificaciones, el elemento cosmético de la voz podría haber convertido un producto cualquiera en un producto accesible para todo el mundo.
El captcha imposible
Viejos conocidos de internet, los captchas nacieron allá por el lejano 1997 para enfrentar un problema que en aquel entonces apenas empezaba a vislumbrarse: los bots. Ya fuera para evitar la creación indiscriminada de cuentas fraudulentas, la difusión de spam o que buscadores y otros rastreadores de la web extrajeran información de un sitio, los captchas prometían una solución fácil de implementar y asequible.
En un origen, el método se basaba en «ponérselo difícil» a los ordenadores a la hora de reconocer textos que luego debían introducirse a modo de verificación. Para ello se han usado las grafías más extrañas, espaciados irregulares, imágenes borrosas y fragmentadas y esquemas cromáticos creados con el único objetivo de confundir… El problema es que no sólo confundían a los bots.
Más tarde han aparecido variantes basadas en ilustraciones o fotografías («selecciona todos los semáforos»), o en los que se le pide al usuario que transcriba el contenido de un audio que parece haber sido grabado en las profundidades del océano.
El resultado es que deja fuera a los indeseados bots, pero también a cualquier persona que no disponga del sentido de la vista en perfectas condiciones, o el oído (en el caso de los captchas basados en audio).
Por si fuera poco, los hablantes de lenguas distintas al español suelen encontrarse con un requerimiento extra a la hora de completar los captchas de audio, y es que en muchas ocasiones están en inglés, la lengua franca de facto de la red. Así que, si no puedes verlos y la web te ofrece la opción de una verificación de audio, más te vale tener un buen dominio del inglés oral subacuático.
La cuenta del banco con teclado inaccesible
La situación es más o menos así: un día tienes que hacer una transferencia importante, un pago del colegio de tus hijos, quizá, o el alquiler. Entras a la página de tu banco y, oh sorpresa, la contraseña es incorrecta, una y otra vez. Jurarías ante cualquiera que conoces tu contraseña, pero no hay manera, y al final la cuenta queda bloqueada.
Entre bambalinas, lo que ha ocurrido es que tu banco ha implementado nuevas medidas de seguridad para evitar estafas y accesos no autorizados.
Dado que los métodos automatizados se apoyan en la fuerza bruta para romper las contraseñas, el método que se ha usado desde hace años consiste en cambiar el orden de los números del típico teclado numérico aleatoriamente cada vez que se carga la página. Donde estaba el «1», ahora está el «5», etc. Además, todos estos cambios en la interfaz se intentan ocultar mediante técnicas de ofuscación para que no puedan detectarse a nivel de programación, precisamente para evitar que los sistemas de automatización conozcan la ubicación de cada número mediante el código de la página.
Como resultado, las etiquetas que intentan engañar a los bots acaban engañando también al usuario que depende de un lector de pantalla. El «3» ya no es un «3», y las posibilidades de introducir tu clave con éxito son las mismas que las de que te toque la lotería.
La única alternativa es pedir ayuda a alguien que pueda ver y aclararte la situación. Y hasta es muy posible que tengas que darle tu clave para que la introduzca por ti. Luego, a quejarse al banco y esperar que no tarden mucho en solucionarlo u ofrecer una alternativa.
Las pantallas táctiles de los datáfonos
Quizá la más reciente incorporación a la lista de pequeñas trabas (o no tan pequeñas) que nos encontramos en el día a día sean los datáfonos de nueva generación que son cada vez más frecuentes en comercios de todo tipo.
Hace unos años, bastaba con memorizar la clásica disposición de teclado con los números del uno al nueve en filas de a tres, más el cero en la parte inferior central y el botón de aceptar en la parte inferior derecha.
Pero los buenos tiempos ya no lo son tanto, y los datáfonos han evolucionado hasta convertirse en, básicamente, pantallas táctiles. Ni rastro de botones físicos.
Tú y tu pareja vais a hacer las compras en el supermercado de siempre, y cuando llega la hora de pagar te encuentras con que la pantalla táctil que hace las veces de teclado es indistinguible de un ladrillo cualquiera, al menos para alguien con discapacidad visual. No hay opciones para ampliar el contenido, ni herramientas para aumentar el contraste, y por supuesto que los lectores de pantalla ni están ni se los espera.
Es cierto que la mayoría de usuarios optamos por hacer los pagos desde el teléfono móvil, en cuyo caso el problema desaparece de un plumazo, pero si eres de los que aún desconfía de los pagos móviles o has dejado el teléfono cargándose en casa, tu tarjeta de crédito o débito de pronto es tan útil como el carné de la piscina municipal.
La pantalla negra
«Hay una app para eso». Sea lo que sea. Además, un conocido acaba de mandarte el enlace para que la instales. Ya sea un juego del que todo el mundo habla o la enésima red social. Pero cuando la abres, la pantalla se queda totalmente negra, hagas lo que hagas.
En este caso no literalmente, pero es lo que más se le acerca. Hay un continuo que va de lo totalmente accesible a lo muy poco accesible. En ocasiones, los problemas pueden solucionarse (añadir etiquetas, aportar textos alternativos a las imágenes), sin embargo, esos casos no constituyen más que la punta del iceberg.
Por debajo de la superficie hay una masa inmensa de aplicaciones que no nos dan nada con lo que trabajar. Puede deberse al uso de frameworks propietarios, o componentes diseñados de espaldas a cualquier estándar de accesibilidad. El resultado es el mismo: una pantalla vacía en la que los lectores de pantalla, herramientas de reconocimiento de voz y demás tecnologías de apoyo no pueden trabajar.
Digamos que llevas unos meses esperando el lanzamiento del nuevo servicio de streaming especializado en anime. Es 2024, así que, gracias a la capacidad de leer subtítulos en voz alta de los lectores de pantalla actuales, por fin podrás ver esas series japonesas que nunca desembarcaban en tu país.
Por desgracia, tendrás que seguir esperando indefinidamente, porque la interfaz de la app se basa en un montón de componentes propios de lo más atractivos visualmente que no permiten la más elemental navegación por los menús. No hay nada que hacer.
Aún así, cerremos con una nota de esperanza. Se han dado casos en que aplicaciones que caían de pleno en la categoría de «pantalla negra», como el caso del popular juego de cartas Hearthstone de Blizzard, ha acabado siendo accesible para personas ciegas y deficientes visuales gracias a los esfuerzos de la comunidad de jugadores. Lo que nos da una pista de que, con voluntad, siempre hay soluciones.
Un futuro para todos
Vivimos una pequeña época dorada en lo que se refiere a la accesibilidad gracias al European Accessibility Act, que ha impulsado que muchas empresas se interesen por estos problemas, bien sea por conciencia social o convencimiento. Es necesario trabajar la accesibilidad a nivel global, en espacios físicos y en la parte digital, todas las personas tenemos los mismos derechos y por supuesto, que todos podamos acceder a la información solo nos trae ventajas. No podemos olvidar que, detrás de estas decisiones, está el día a día de las personas.
En hiberus, contamos con un equipo de expertos en Accesibilidad que te ayudarán a conseguir una web accesible para garantizar que todas las personas puedan acceder a ella sin perder nada de contenido. Escríbenos contándonos tu proyecto y nuestro equipo estará encantado de ayudarte.
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